martes, 7 de febrero de 2012

La ola de frío asola Europa.

Esta vez Rodrigo y Laura son quienes nos hacen temblar de frío y pena por sus protagonistas. La verdad es que la vida puede dar duros gopes.


FRÍA REALIDAD
Rodrigo Plaza Serrano
Allí pasé mis últimos momentos de vida, acurrucado del frío en el hueco de la escalera de ese viejo, mugriento y destartalado portal. El castañear de mis dientes rompía el silencio sepulcral de una noche invernal madrileña. El inaguantable frío penetraba en mis huesos sin piedad y, hubo un momento en el que decidí dejarme llevar por ese mortal y último sueño. El cómo llegué a la indigencia... supongo que por un macabro capricho de la vida... un día lo tienes todo y al día siguiente estás en la calle sin ningún sitio donde refugiarte y nada que llevarte a la boca.
Hace siete años lo tenía todo a mi alcance, amasaba una gran fortuna en el sector de la construcción, siendo promotor. Era muy difícil resistirse a un gran chorro de dinero que entraba a espuertas, daban igual los estudios que hubiera cursado, los anteriores trabajos que hubiera tenido; en aquel entonces, si querías dinero rápido y fácil debías apuntarte al que parecía el negocio del siglo.
 En esa espiral de dinero, deudas y corrupción en la que me hallaba envuelto nadie se esperaba lo que podía ocurrir. La burbuja inmobiliaria explotó y de tener todo tipo de lujos en la palma de mi mano, lo perdí todo, y al año siguiente me encontraba  comido por las deudas y apunto de ser desahuciado.
Los acontecimientos se desarrollaron según lo esperado y terminé mendigando. Ningún compañero de negocios se acordó de que existía solamente eran eso, compañeros de negocios.
Aprendí a vivir entre la pobreza más absoluta, conocí a otros mendigos y sus historias, gente a la que yo antes de estar en su situación despreciaba. Descubrí lo injusto del mundo, y que lo que poseemos es efímero como un suspiro. Creía que el dinero lo podía sustituir todo, el amor de algún ser querido, tener una familia, las amistades... y finalmente  me quedé solo y pobre.
Nadie me contrataba, con el aspecto externo que tenía nadie quería saber nada de mi, y menos en los tiempos de crisis. Mi única forma de subsistencia eran las diferentes organizaciones que ofrecían ayuda a quienes lo necesitaban. Cuando la crisis se acentuó estas ONGs comenzaron a cerrar, debido a los recortes y las pocas que quedaron estaban colapsadas con tanta gente sin recursos. Las mafias de la mendicidad tampoco ayudaban, sino que daban lugar a enfrentamientos entre mendigos por el control de una determinada zona o calle.
Aquella semana, la primera de Febrero, leyendo los periódicos viejos que los ciudadanos dejaban en los bancos de las plazas, me enteré de que el tiempo iba a empeorar y que se iban a desplomar las temperaturas. Para una persona con su casa eso es simplemente un inconveniente, para una persona que no tiene hogar eso puede ser una sentencia de muerte.
Decidí pasar esos días a resguardo en un viejo bloque de pisos cuyo portal estaba siempre abierto. Ese bloque estaba abandonado, por lo que no corría el riesgo de que llamaran a la policía. Cuando llegó la noche me di cuenta de la crudeza del tiempo, la puerta estaba entreabierta y yo estaba en el hueco de la escalera por lo que el frío me daba de lleno. Las horas se me hacían eternas y empezaba a dejar de sentir las manos y las orejas, las cuales estaban amoratadas por las bajas temperaturas. Pasé como pude unas horas, después me abandone al sueño mortal del frío.
Morí. Quizás en los periódicos no lo nombren, quizás digan que un mendigo más de los tantos que rondan por las calles de Madrid murió de hipotermia, puede incluso que digan que era alcohólico  y den ésta como la causa de mi muerte. Pero, lo que no harán es contar mi historia.


EL ÚLTIMO ADIOS
Laura Cano



Ya no siento el frío, supongo que es lo que tiene el acostumbrarse, aunque en este caso, lo agradezco. Despierto por la mañana, y siento escalofríos. Me levanto y ando por la calle, al principio sin dirección alguna y paso por enfrente de un espejo en el que jóvenes y mayores se miran unos admirando lo bien que se ven, y otros vemos los efectos del paso del tiempo. En el espejo apenas reconozco esa figura de aspecto envejecido, que porta un carcomido abrigo gris, y un gorro, mis guantes están rotos y mis manos, frías y rojas. Tan solo parece un sueño lo que un día fue. Tiendas como Gucci, Channel, Dior o Dolce & Gabanna  exhiben los restos de las colecciones de invierno por la nueva oleada de frío siberiana. Y pensar que en otro tiempo yo compraba guantes de piel de colores y los restos de una colección de semejante marca me parecían rastrojo.
Las horas pasan lentamente y el viento hace que se me congele la nariz. El agua helada del suelo se me cuela por los zapatos y echo en falta lo que un día fue mi chimenea de marfil en la que ardía madera de haya recién importada de América. Son apenas las once de la mañana, y estoy en la cola del refugio de los sin techo, un lugar que antes me parecía detestable y que ahora se me hacen cortas las tres horas  que paso allí. Nos dan un plato caliente de gachas que me recuerda al ejército en campaña de misión después nos dan un café y nos vamos. He hecho algunos amigos, Roney ha vivido en la calle desde antes que naciera, Luca es un italiano con una deficiencia mental, y Marshall se escapó de la cárcel. Puede parecer que nos juntamos lo más variopinto de la ciudad, pero ellos son geniales. Por la tarde vamos todos juntos al rincón de Marshall, un edificio de cinco plantas abandonado en  Sta Cathaline Street que dentro de poco derribarán por una plaga de ratas. Cuando llegan las ocho nos vamos a buscar un hueco donde dormir esa noche, yo duermo por el Bronce, uno de los barrios bajos más famosos del mundo donde cuando vas por la calle te encuentras con todo tipo de cosas... La noche es fría, de vez en cuando consigo encontrar alguna botella con restos de ron, whisky o un símil. Que bueno, ayuda a olvidar las penas durante un rato y a conciliar el sueño ya que los ruidos que no me dejan dormir han sustituido las noches silenciosas en aquella cama de dos metros con vistas a Wall Street.
Supongo que os preguntaréis como he llegado a este punto pues bien, os lo contaré: Todo empezó cuando yo era corredor de bolsa en Miami. Mi vida era lo más lujosa que se pueda imaginar; estuve en los hoteles más lujosos del mundo, salí con muchas famosas y conocí mucha gente interesante. Pero después, todo cambió inesperadamente. Invertimos mucho dinero en empresas que después quebraron; pero lo peor llegó con algunas estafas que realizamos y que salieron mal...nos querían llevar a la cárcel pero el miedo a padecer tal experiencia hizo que con todos nuestros bienes pagáramos las fianzas y finalmente nos quedamos en la calle. Nunca he vuelto a saber de nadie de aquellos años, y a la que por aquel entonces era mi familia la perdí y me quedé solo con mis cinco dólares restantes de toda aquella experiencia. Si pudiera, volvería a atrás y no cometería los errores que han supuesto mi perdición y me han traído hasta aquí, pero el tiempo nunca retrocede. Ahora nada ha vuelto a ser igual, he aprendido a valorar otras cosas, como la amistad, la familia o el amor, estas son cosas que a un magnate de los negocios le parecen poco importantes, ínfimas pero son de las únicas cosas que quedan cuando el dinero se va. Me hubiera gustado poder tener una segunda oportunidad, pero, ya que a mí es difícil ayudarme en esta situación, por lo menos sí pediría una oportunidad para aquellos que han caído en este mundo demasiado pronto y del cual quizás no puedan salir. Ahora con las manos frías y coloradas, el rostro blanco, el frío en los huesos, el sombrero roto y un último pensamiento de esperanza para este mundo, me despido, diciendo el último adiós.


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